Se despidió México de la Copa peleándole de tú a tú a Uruguay, algo parecido a lo que hizo en el partido contra Chile. Da la impresión de que si ese mismo equipo hubiera salido con esa renovada actitud ante Perú, nos habría traído más de un problema. En todo caso, gracias por guardarse lo interesante para el inicio y para el final. No nos molestamos ni un poquito. México se va de la Copa sin ningún punto, mostrando algunas cosas interesantes en temas de juego colectivo —midamos con la vara que se debe medir a un equipo juvenil jugando en un contexto adulto—, pero, al fin y al cabo, quedando como el rival ante el cual los tres equipos del grupo C vencieron para asegurar su pase a cuartos de final. Triste estadística.
Uruguay anotó el gol de la clasificación y se cerró atrás. Su meta era conservar la ventaja fuese como fuese, sin importar que, por la calidad de sus jugadores, estaba obligado a ir adelante durante todo el partido ante aquel nobel equipo norteamericano. Tabárez no se sonrojó: mandó cambios que se concentraron en tener la pelota y en cuidar la mínima diferencia hasta que el árbitro pitara. Por eso cuando México anotó el empate a la postre invalidado, la cara de los uruguayos fue clara: si no lo anulan no hay cómo darle vuelta. Fue con gol de Álvaro Pereira, no con alguna jugada de Forlán, Suárez o Cavanni, los promocionados goleadores del tridente ofensivo. Aquellos llamados a ser los jugadores diferentes, a armar las jugadas más creativas del equipo y a reventar las redes rivales tal como lo hacen en sus clubes europeos.
Pero pasó Uruguay, como la historia lo obligaba. Este equipo charrúa que se muestra sólido de mitad de cancha para atrás, que sigue inspirando respeto y hasta temor de mitad de cancha para adelante, pero que no puede concretar un partido redondo todavía. Aún sin despertar futbolísticamente —su mejor juego estuvo tan solo en algunos pasajes del duelo ante Chile— y con la necesidad de hacerlo ya, en estos días, pues su rival de cuartos, la Argentina local de Messi, pareciera ya haber salido de su adormecimiento de turno. Conviene pensar en un replanteo por parte de Tabárez, pues pareciera que varios de sus rivales ya le descifraron parte del juego, que se pueden anticipar a algunos de sus movimientos tácticos dentro del campo. Quizás sea por eso que su juego ya no sorprende como hace un año, en el Mundial, cuando llegó como un desconocido que hacía bulto en la comparsa —más allá de sus antiguos (nunca un adjetivo tan exacto para un sustantivo) campeonatos mundiales— y terminó como revelación y con un dignísimo cuarto puesto. A este Uruguay que ya tiene todos los elementos, pareciera que le está faltando el chispazo que otorga la sorpresa.
Como fuese, se viene un clásico más para esta Copa. Partidazo el del sábado.
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