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martes, 23 de noviembre de 2010

Total Fracaso

Sus orígenes son arequipeños, su nombre lo vincula al puerto del Callao, juega en Huacho y acaba de perder la categoría.

Es un equipo sin pasado, de pobre presente y futuro incierto. Nació en el 2009, a través de la  fusión del Total Clean, conjunto arequipeño que alcanzara la gloria en la Segunda del 2005, y de la compra de acciones por parte de dirigentes chalacos, quienes se harían cargo de la institución.

Bautizado como Total Chalaco, esta improvisación de fútbol parecía haber nacido para alegrar los domingos del Callao, dadas las pobres actuaciones del Sport Boys, equipo que incluso llegara a perder la categoría luego de varias temporadas con final angustioso, pero feliz.

Total Chalaco se despide de una Primera División del Fútbol Peruano donde no se le recordará hazaña alguna. Tuvo la decencia, sí, de dibujar un final algo solemne sobre el césped de Matute, poniendo en aprietos a Alianza Lima. La momentánea victoria por 1-0 como visitante, complicaba aún más al equipo blanquiazul en sus aspiraciones de Copa. Murió sin fútbol, pero con honor, intentando defender su humilde golcito de blooper, aquella improvisada esperanza de quedarse en Primera.

Sin mayor plan dirigencial que el de resurgir el decaído orgullo porteño, sin más empuje que el capricho de accionistas e hinchas de un equipo pasado (el verdadero Chalaco, porteño de antaño), sin una identidad futbolística ni contrataciones acertadas, este final no sorprende a nadie, y sólo entristece a quienes perdieron la batalla en el campo de juego.

Las voluntades e improvisaciones funcionan regularmente en nuestro alicaído fútbol. Sin embargo, de no mediar factores como una increíble suerte, un par de jugadores estrellas y quizás un campo de juego en la complicada altura (¿a quien engañamos? Se fueron Unión Minas, Sport Ancash y quizás el Cienciano le siga los pasos), se crea un seguro camino con destino al fracaso. Eso, pues, es lo que le pasó al Total Chalaco.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Holgadamente superior al resto

Desde que apareció en el fútbol nacional, lo detesté. No era solamente su forma frontal de decir las cosas (lo que lo llevaba a sonar atorrante en más de una ocasión), sino que, simplemente, no consideraba que tuviera algo de qué jactarse. Para mí, Erick Delgado era un arquero del montón; alguien endiosado en un medio en el que, en ese momento, no abundaban los porteros.

Sin embargo, en la actualidad, he de reconocer que Delgado es un arquero ya ‘cuajado’, con la capacidad y la madurez de ponerse un equipo al hombro. No me extenderé en temas personales como su carácter, su relación con el mundo del espectáculo y ni siquiera comentaré sobre su pasado con la camiseta nacional. Hablaré, pues, de por qué considero que, hoy por hoy, es el reemplazo natural de Butrón en la selección peruana, por encima de Fernández o Libman. O, incluso, por qué considero que podría pelearle el puesto al siempre correcto Leao.
Delgado tiene, en resumidas cuentas, más condiciones que Fernández o Libman. El primero tiene talento, queda claro, pero se encuentra en un mediocre momento futbolístico desde el arranque de este 2010. Además, claro está, su afán al flash fotográfico, que refleja una poquísima seriedad, así como su aparente inmadura personalidad (quizás sustentada en una corta edad), no hacen sino distanciarlo del ideal de arquero al que se le confiaría una selección. Libman, por su parte, se encuentra en mejor momento que Fernández (y, con seguridad, en el mejor de su carrera), pero el problema, a mi juicio, está en que el golero aliancista ya alcanzó su techo. Es un muchacho claramente superior a Fernández en cuestiones de carácter, pero pienso que tiene menos talento para el puesto que el ‘1’ crema. El buen Salomón, repito, estará en un buen año, pero mantengo la idea de que mucho más que eso, lamentablemente, no rendirá.

Partamos de la premisa de que, hoy en día, no existen más arqueros competentes para atajar en Perú que los cuatro nombrados en el texto y así entendamos mi idea sobre el titularato del ‘Loco’. Erick Delgado ya pasó la etapa de inmadurez de Fernández; su personalidad conflictiva (claramente exagerada por la prensa) es parte de su naturaleza y, me atrevo a decir, no resulta tan nociva como parece. Por otro lado, Delgado, a diferencia de Libman, no alcanza aún su techo; es, pues, un arquero con más condiciones. Como si fuera poco, posee el don de mando que ninguno de los dos mencionados tiene y, como ‘plus’, inspira confianza no solo en sus compañeros, sino también en el espectador, algo básico en un equipo chico como el nacional.

Con un Butrón en el último tramo de su carrera, creo que el arco de la selección estaría en buenas manos de recaer en el ‘Loco’ Erick Delgado. Quizás haya que esperar que el crédito se le agote al golero de la San Martín, pero no me cabe dudas que el candidato número uno a cerrar las Eliminatorias –proyectándonos desde el nivel actual de los postulantes- debería ser Delgado, un arquero que desde que apareció la tuvo complicada; un sujeto al que ya no detestaré como cuando apareció, pero que igual sigue sin caerme nada bien. La diferencia con aquel joven Erick que apareciera en el 2002, es que esta versión evolucionada sí tiene de qué jactarse, y eso, guste o no, hay que saber aceptarlo. Lo digo con claridad y sin vergüenza: Delgado es superior, holgadamente.

martes, 16 de noviembre de 2010

Idolo en Huánuco

Tiene el pelo de Bob Patiño y dispara balones peligrosos que asesinan la dignidad de los porteros; usa medias largas y lanza pelotazos teledirigidos a sus compañeros por toda la amplitud del campo; mide 1,67 y juega con la grandeza de un 10.

Es volante y tiene 10 goles en la Liguilla Par. Es un remedo de prospecto que jamás explotó y juega como héroe de película con final feliz; su sonrisa es de chibolo pícaro, de travieso que robaba manzanas en el mercado del barrio, y tiene una gambeta que hace diabluras, es un enganche que secuestra aplausos de las tribunas.

Gustavo Rodas es la manija del León de Huánuco, virtualísimo clasificado a la final contra la San Martín. Despierta confianza en sus compañeros, al mismo tiempo que llena de ilusión a una hinchada que lo tiene como engreído. Deberían hacerle una estatua, como la de Cristiano Ronaldo en el comercial de Nike o nombrarlo hijo predilecto de Huánuco.

En el 2003 Rodas defendió los colores del seleccionado argentino en un sub 17. Siete años después comparte camerín con el Cuto Guadalupe, el agrandado Ferrari, el rompe narices de Carlos Zegarra y el siempre Chiquito Juan Flores. Destacar en un grupo así no debe ser difícil, pero volverlo protagonista de la forma como lo ha hecho debería ser más que improbable. Camuflado entre estos baluartes de nuestro fútbol, llegó como la figurita más valiosa del poster y se adhirió con goma a los corazones huanuqueños.

Es argentino y juega como ídolo de Huánuco. Se hizo dueño del León y arrasó con cualquier presa que se adentrase a desafiarlo en su terreno. El efecto Rodas no sólo ha hecho creer a los huanuqueños que pueden lograr grandes cosas, los ha hecho sentirse temibles, casi intocables, más grandes que la tradición limeña o la billetera del Norte.

Compartió cantera con Messi en Newell’s. A los 16 años se convirtió en el jugador más joven en anotar un gol en la Primera de Argentina. Jugó por un seleccionado sub 17 de su país (gol incluido). Fue indisciplinado, muerto y casi sepultado. Pasó por el fútbol colombiano y llegó a nuestro país para jugar por el descendido Bolognesi, un general sin cartuchos. Ahora debe ser el personaje más querido en Huánuco, tanto así que hasta sus propios compañeros se toman foto con él luego de los partidos.

Gustavo Rodas, el hombre del momento, recibe las patadas rivales como cumplidos, amortigua las dudas del equipo con goles importantes, silencia las dirigencias norteñas que se quedarán sin título, dirige la orquesta sensación del campeonato, una campaña histórica digna de los archivos de Crónicas de Balón. Es el argentino que usó su fútbol para volverse ídolo en Huánuco. El título nacional coronaría su leyenda.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Máquina del empate

Una vez más, el clásico del fútbol peruano terminó con un empate. Esta vez, para variar, con emociones y fútbol rápido que fueron secundadas por las broncas de siempre. Sobre el césped de Matute se vio a un Universitario agresivo desde el vamos, dada su ubicación en la tabla y a la ya conocida falencia defensiva de los íntimos, quienes en los primeros suspiros del cotejo fueron acorralados en su campo.

Avisó Libman, desde el inicio, que no era su noche. Un centro pasado enviado por el determinante Piero Alva (el año pasado gol en el primer playoff, esta temporada penal errado en el Monumental, este partido una asistencia y media) desde el ala izquierda fue conectado por el trajinador Miguel Torres, quien le ganó la pulseada a Edgar Villamarín, como en casi toda la noche. Libman no despejó con los puños, ni aseguró con las manos. Yuyo intentó imitar a Elena Keldibekoba y la pelota casi se va a la red

Segundo error de Salomón. Otro centro por izquierda, esta vez en gran jugada de Piero, terminó con el anticipo en el cabezazo de Miguel Torres. Un zambullido a la gloria en área íntima. El “1” de los grones no reaccionó a tiempo y el baló se le escurrió de entre las manos. Matute vio celebrar al  crema el primer gol del match, premio justo al jugador en su partido 100 con esta camiseta y al equipo de Chemo, que presionaba con la confianza de quien no pierde en este campo de batalla desde hace cuatro años, los mismos en los que Alianza no se alza con el título.

Debe haberle dolido a la garra crema, sobretodo por haber sido el dominador de la primera mitad, cuando los de La Victoria encontraron el gol al cierre del primer tiempo en jugada aislada, como un calco de la “U” de Reynoso. Un sombrerito de Fleitas a Galván, su Némesis que fue a pegarle abajo innecesariamente y así desentendiéndose de la jugada, provocó un pase a González, el correcto paragua que de volea y sin mirar al arco hizo a todo Matute cruzar los dedos, soñando con un destino de red. Despeje a medias de Fernández, que de súper poco le queda, y aparición de Cristopher Soto, novel tanque blanquiazul quien no dudó en fusilar al primer palo, como escuchando la plegaria del Comando Sur y así anotar su primer gol en clásicos. 1-1 y al descanso.

Si bien Alianza emparejó en algo el juego, el golpe lo dio Universitario. Alva, luego no habido, incursionó sin marca por la franja izquierda, producto de una buena recuperación del Galliquio. Centro peligroso, debajo de la rodilla y al corazón del área chica, provocó el tercer y fatal error de Libman: soltó el baló y, en consecuencia, Edgar Villamarín la empujó adentro. Labarthe supo del gol gracias a la Trinchera, que lo gritó  ya acostumbrado a ver su equipo imponerse en cancha de compadre.

El dueño de casa se puso por fin a jugar, por el momento del partido, por el contexto de la tabla y más importante, por los cambios de Costas. Bien el ex bidón Neyra, quien entró para mejorar al equipo con su buena distribución de pelota. Sin miedo Paolo Hurtado, rápido y gambeteador, aprovechó el cansancio de los de Chemo.

En la otra banca Del Solar metió a Piriz Alvez. Anunciado el cambio, Alberto Beingolea, consternado por la decisión técnica, pronunció algo alejado del micrófono “¿QUEEE?”. Sin embargo, el cambio resultó un gran acierto: el delantero uruguayo hizo un buen pressing, estancando el avance blanquiazul.

Alianza insistía, y aunque no era dominador del encuentro, sus incursiones al área rival parecían ser cada vez más peligrosas que las de Universitario. En esos dimes y diretes de los compadres, una jugada fortuita terminó con el K.O de Piriz Alvez. Felitas, al despejar una pelota con el pie, le dio de lleno al rostro. Esta vez fue la “Máquina” quien noqueó a un clásico rival, a saber de aquel segundo partido por los playoffs del año pasado jugado en el Monumental de Ate.

Con la angustia de los últimos minutos, el reloj de arena parecía acabarse. La “U” conseguía una trabajada victoria que lo acercaba dos puntos a su oponente y así a la Copa Libertadores. Una pelotera en área crema propicionaría un gol muy especial en Matute. Fleitas, aquel defensa recio, sin mayor talento a destacar salvo su coraje y oportunismo ofensivo, mandaría a guardar un zurdazo salvador. Como en otras oportunidades, el defensa argentino se mandó al ataque y anotó un gol cerca del final.

Fue sólo un punto, es cierto. Para los cremas queda la desazón de haber tenido los tres puntos en la palma de la mano, de no poder presionar más a su compadre, de no perder otra vez en Matute, aunque sin ganar un clásico este año, ni vengar su derrota en el Monumental. Para Alianza es mantener una cantidad de empates en la Liguilla que evitó su alza en la tabla, meterle más de un gol a la “U” en Matute después de mucho, saber que tiene una fecha más con la misma diferencia. Para Fleitas es sólo un punto, que de seguro tuvo sabor a todos los que le pusieron luego de su operación tras el recordado choque con Galván. Leandro fue la Máquina que le dio un empate más a Alianza.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La 'U' avanza un 'Cachito'


Una mañana de la semana pasada. Despierto legañoso, agarro el periódico y lo leo: ‘Chemo’ Del Solar increpó a Ramírez en una práctica por su actitud apática. (Sigo leyendo y me emociono). ‘Chemo’ Del Solar sacó a Ramírez de la práctica diciéndole que no vuelva hasta querer entrenar de verdad (Sonrío). ‘Chemo’ Del Solar no incluye en la lista de concentrados a Ramírez (Felicidad). Dos días después se vocea que Ramírez tendría sus horas contadas en Universitario de Deportes (Victoria).
Explico mi emoción ante los hechos. Luis Ramírez es el típico jugador que me pone de mal humor: siempre queriendo hacer una de más,  buscando –sin éxito- la imposible, jugando lento, trasladando como si se ganara cómodamente, una actitud desganada (“pecho frío”), cero ‘feeling’ con la hinchada, yendo a las divididas con miedo, rematando al arco con la fuerza de una niña de seis años...
Desde que apareció, sin embargo, el periodismo deportivo se ha dedicado a recalcar el diamante en bruto que es Ramírez –junto a su compañero de promoción, el impresentable Junior Ross-, a definirlo como el abanderado del ‘fútbol de toque’ (¿a nadie más le jode cada vez que se habla así?) que caracteriza al balompié nacional, se ha rendido ante sus pies por un partido bueno cada dos meses, ha festejado jactanciosamente sus tacos intrascendentes en la mitad de la cancha; en resumidas cuentas, la mediática y ‘apadrinadora’ prensa peruana se ha dedicado a hacerle crecer el ego de manera completamente injustificada.
Es cierto que el tal Ramírez jugó un par de partidos buenos con la ‘U’ este año, que metió un gol importante en la Libertadores y que llegó a la Selección de Markarián. Pero también es cierto que no basta con jugar solo un par de partidos buenos al año en tu equipo, que no es mérito meterle un gol al Libertad de Paraguay si luego fallas diez contra Inti Gas, Alianza Atlético o Sport Huancayo. Y es un hecho -seamos sinceros- que en la selección no tendrá un puesto a menos que sea por la terquedad del entrenador (tipo Autuori con Zegarra): los partidos en los que jugó pasó desapercibido.
Poco después de que leo el periódico aparecen declaraciones del vocero de la Junta Transitoria del club, Julio Álvarez. Ahora bien, este señor podrá ser el Leguía de la presente directiva dadas sus impertinentes y torpísimas declaraciones (producto de una clara necesidad de atención), pero la frase que soltó sobre el jugador en cuestión fue tan precisa como genial: “Ramírez es un jugador de ballet”. Completamente de acuerdo, pues sintetiza la larga lista de críticas que hago algunos párrafos más arriba.
Como hincha de la ‘U’, a Ramírez no lo quiero en mi equipo desde la primera vez que llegó, allá por el 2008. Siempre lo he considerado un jugador que me produce alergia, que representa todo aquello por lo cual el fútbol peruano no progresa. De ahí mi felicidad con la noticia: siento que se da un paso adelante con este reconocimiento público a su apático carácter simbolizado en las acciones de ‘Chemo’ y la frase de Álvarez. Pienso que con esto la ‘U’ y el fútbol nacional avanzan un ‘cachito’.