Yo me topé una vez con Manuel Burga. Aquella tarde, cientos de peruanos fuimos al Jorge Chávez para recibir de manera agresiva a la selección de Chile que llegaba a jugar por las eliminatorias para Alemania 2006. Sin embargo, sin que nos diéramos cuenta, la policía sacó a escondidas a los jugadores chilenos y destruyó así cualquier intento de chacota por parte de los que asistimos ese día al Callao.
No obstante, cuando todo tipo de mofa o conato de bronca parecía imposible, el larguilucho Burga hizo su aparición, a paso lento, con celular en mano y con aquellos clásicos e incomprensibles aires de grandeza. Caminaba hacia su auto con una o dos personas de seguridad. Al pasar cerca de mí, un robusto y pequeño personaje le pasó la voz a gritos: “¡¡Manuel!! ¡¡Presidente Burga!!”. El ingenuo dirigente respondió al llamado con una mirada de alegría y un saludo con la mano, a la distancia. Cuando el popular ‘doc’ se regodeaba en aquella inesperada muestra de cariño, el robusto personaje pasó a levantarle el dedo medio y a insultarlo con palabras de grueso calibre, generando la carcajada completa entre las personas que estábamos presentes: Burga había quedado como un huevonazo.
No supo qué hacer. Como último recurso, miró desconcertado a la gente de su seguridad, quienes, ante una intimidante inferioridad numérica, solo hicieron oídos sordos a los gritos y burlas que recibía su empleador. Burga siguió caminando, haciéndose el que hablaba por celular (aburridísima manía de los jugadores y la gente metida en el fútbol para no hablar o hacerse los que no escuchan), y, con seguridad, sintiéndose más humillado cada segundo.
Cuando parecía que nada más ocurriría, el robusto personaje saltó del tumulto y fue a insultarlo casi cara a cara, a tan solo un par de metros. Burga no hacía más que mirar con miedo a aquella persona tres cabezas más pequeña que él, al mismo tiempo que retrocedía ante los insultos del sujeto. Los ‘gorilones’ de seguridad acudieron tarde a reducir al hombrecillo (nadie los culpa, de seguro no les hubiera molestado que algo le ocurriera a Manuelito), y, cuando finalmente lo tuvieron controlado, el que es con seguridad el hombre más odiado en la historia del Perú (apuesto, sin duda alguna, que ni Abimael tiene tan poca aprobación) tomó incomprensible y conveniente valor para acercársele y dárselas de 'macho alfa'. El público se le fue encima ante esa imagen de cobardía, y al entonces reciente presidente no le quedó más que refugiarse en su celular de nuevo, con la cara de espanto más divertida que vi en mi vida.
Algunos segundos después, Burga había partido y el hombrecillo era el héroe local. Los reporteros que estaban cerca (entre los que recuerdo un par de caras conocidas de la tele) imitaban la escena que habían presenciado, agregándole tintes femeninos a la actuación de Burga. Todo era risas. Nadie se acordaba de que no habíamos podido insultar ni agredir a la selección chilena, pues lo que acabábamos de vivir opacó cualquier expectativa con la que llegamos al aeropuerto.
Ese señor cobarde acaba de ser re-reelegido presidente de la F.P.F. Un hombre que no solo produce asco y odio, sino también risa y burla total. Es por eso que resulta tremendamente patético que nos encontremos, hace 8 años –y condenados MÍNIMO a 4 más-, a su merced. Las marchas y lloriqueos ante instancias superiores no van a servir. Propongo que tomemos el ejemplo del sujeto del Jorge Chávez. Será más rápido y eficiente. Total, ya sabemos que en este tipo de casos, Manuel deja de ser hombre y se convierte en un cobarde hombrecillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario