Tiene el pelo de Bob Patiño y dispara balones peligrosos que asesinan la dignidad de los porteros; usa medias largas y lanza pelotazos teledirigidos a sus compañeros por toda la amplitud del campo; mide 1,67 y juega con la grandeza de un 10.
Es volante y tiene 10 goles en la Liguilla Par. Es un remedo de prospecto que jamás explotó y juega como héroe de película con final feliz; su sonrisa es de chibolo pícaro, de travieso que robaba manzanas en el mercado del barrio, y tiene una gambeta que hace diabluras, es un enganche que secuestra aplausos de las tribunas.
Gustavo Rodas es la manija del León de Huánuco, virtualísimo clasificado a la final contra la San Martín. Despierta confianza en sus compañeros, al mismo tiempo que llena de ilusión a una hinchada que lo tiene como engreído. Deberían hacerle una estatua, como la de Cristiano Ronaldo en el comercial de Nike o nombrarlo hijo predilecto de Huánuco.
En el 2003 Rodas defendió los colores del seleccionado argentino en un sub 17. Siete años después comparte camerín con el Cuto Guadalupe, el agrandado Ferrari, el rompe narices de Carlos Zegarra y el siempre Chiquito Juan Flores. Destacar en un grupo así no debe ser difícil, pero volverlo protagonista de la forma como lo ha hecho debería ser más que improbable. Camuflado entre estos baluartes de nuestro fútbol, llegó como la figurita más valiosa del poster y se adhirió con goma a los corazones huanuqueños.
Es argentino y juega como ídolo de Huánuco. Se hizo dueño del León y arrasó con cualquier presa que se adentrase a desafiarlo en su terreno. El efecto Rodas no sólo ha hecho creer a los huanuqueños que pueden lograr grandes cosas, los ha hecho sentirse temibles, casi intocables, más grandes que la tradición limeña o la billetera del Norte.
Compartió cantera con Messi en Newell’s. A los 16 años se convirtió en el jugador más joven en anotar un gol en la Primera de Argentina. Jugó por un seleccionado sub 17 de su país (gol incluido). Fue indisciplinado, muerto y casi sepultado. Pasó por el fútbol colombiano y llegó a nuestro país para jugar por el descendido Bolognesi, un general sin cartuchos. Ahora debe ser el personaje más querido en Huánuco, tanto así que hasta sus propios compañeros se toman foto con él luego de los partidos.
Gustavo Rodas, el hombre del momento, recibe las patadas rivales como cumplidos, amortigua las dudas del equipo con goles importantes, silencia las dirigencias norteñas que se quedarán sin título, dirige la orquesta sensación del campeonato, una campaña histórica digna de los archivos de Crónicas de Balón. Es el argentino que usó su fútbol para volverse ídolo en Huánuco. El título nacional coronaría su leyenda.
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