Justo antes del partido Colombia vs. Costa Rica leí una frase de Maturana que me dejó sin habla: “Colombia TODAVÍA no es un Picasso, pero ya tiene los colores”. ¡¿Qué carajo?!
Desde que el “Bolillo”, Álvarez y Maturana asumieron la dirección de su selección, los aires de grandeza de los cuales de por sí ya sufría el fútbol colombiano se vieron multiplicados.
Ya de pequeño me bombardeaban con la idea de que Colombia era un equipo poderosísimo, indomable, etc. Sin embargo, más allá de sus mediocres mundiales de Estados Unidos y Francia, y la disminuida y polémica Copa América del 2001, nunca le he visto conseguir logros o triunfos relevantes, ni menos aún desarrollar un fútbol de temer.
Ayer quedó en evidencia. Fue un partido malísimo, aburridísimo. Colombia no tuvo más que tímidas insinuaciones. Sus jugadores serán físicamente imponentes, pero de técnica y estrategia conocen poco. Ante un ordenado y joven equipo centroamericano no pudo imponerse más que por un error de la zaga rival. No sufrió sustos porque Costa Rica no quiso atacar nunca, pero tampoco tuvo ideas ofensivas en ningún momento. El mediocampo donde alguna vez jugara Valderrama fue —como hace ya más de diez años— un lugar sin creatividad, trabado y sucio. Y Falcao volvió a demostrar que los goles se los guarda para su club de turno. Una línea aparte para el arquero costarricense: atentísimo siempre.
El triunfo vale, es cierto. A fin de cuentas, los puntos son los que otorgan los logros y Colombia ayer ganó con lo mínimo necesario. Quizás eso sea suficiente en el fútbol moderno. Pero que no vengan entonces a florearnos con “la poesía de Yepes”, “la magia de Elkin Soto” o “los colores de Picasso”, pues la selección colombiana está lejísimos de eso (quizás lo único “pintoresco” fue el pelo de Rodallega). Está bien el optimismo, pero considero que les urge un baño de humildad y un consecuente retorno de las nubes.
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