Me estresa cómo juega Brasil. Me estresa demasiado tanto toque intrascendente, me estresan tantas oportunidades de gol desperdiciadas, me estresa verlos subestimar rivales, me estresa el pelo de Neymar y más todavía la mala copia que quiere hacerle Robinho. Me estresa la actitud de sus jugadores en cada partido.
Es cierto, es parte de su sello y es lo que los ha llevado a ser el país que mejor juega al fútbol y el que más títulos mundiales tiene. Pero eso no otorga licencia eterna.
Los primeros 20 minutos Brasil tuvo el control absoluto del juego. Pudo meter 3 goles, tranquilamente. Pero prefirió el hueveo, el toquecito hasta la línea de fondo, la jugadita de más tan característica de equipos que se dedican al show antes que al gol.
Y hay veces en que todo esto pasa la factura. Venezuela fue, como Bolivia y Costa Rica, un equipo ordenadísimo, conocedor de sus limitaciones y algo atrevido sobre los minutos finales del partido. La evolución de su fútbol es indiscutible. No tendrá muchas individualidades ni poderío ofensivo, pero es capaz de amargarle la película a cualquiera con su trajinar incansable y con un entrenador capo como Farías. El periodista clásico te dirá que “las distancias se han acortado”, que “hoy no hay equipos chicos” y otras pavadas de ese estilo. Y chévere, si te interesa pastelearte con esas ideas. Pero para mí lo interesante del asunto es, de lejos, cómo a un equipo con el poder de Brasil pueden salirle las cosas tan mal a veces. Por eso luego resulta cómico verlos sobre el final corriendo desesperados, mandando pelotazos y traicionando esa esencia de la que se jactan; el famoso “jogo bonito” que, empleado en exceso, sirve más para hacer comerciales que para ganar partidos.
Quizás sea solo que mi visión y gustos del fútbol son distintos. No voy a negar que me gusta ver una huacha, paredes, un gol de taco o demás adornitos que puedan hacerse. No. Me parece parte del juego y hasta los puedo celebrar. Pero si solo se sale a la cancha pensando en complacer a la tribuna con eso es contraproducente. Y este 0 a 0 contra Venezuela es la clara prueba. Ahí está, pues. Ahora estrésate tú, Brasil.
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